«Sheila, la cazadora de dragones», Noa Toranzo Hernández – Premio Especial de la Biblioteca Blas Pajarero Categoría Infantil
Por Delicias De LetrasHola me llamo Sheila Tarakona, tengo 18 años. Mi familia viene de Nueva Zelanda. Desde hace unas diez, quince generaciones vivimos en España. Soy descendiente de un poderoso cazador de dragones, os preguntaréis cómo va a ser un cazador de dragones si no existen. Pues sí existen, solo que se camuflan para atacarte cuando menos te lo esperas, bueno, al menos eso pensaba yo antes de embarcarme en esta aventura.
Salí junto a mi padre de casa sobre las 5:15 h de la mañana. Quería dormir, pero estaba emocionada. ¡Hoy empezaba a ser una cazadora de dragones! Mi padre y yo nos montamos en una camioneta todoterreno bastante manchada de barro y nos fuimos dirección a un bosque cercano, salimos de la camioneta y nos adentramos.
En seguida empezamos a ver huellas, yo seguí un rastro y mi padre otro. Llegué a una cueva mugrienta llena de telarañas, como pensaba que mi padre me seguía, me adentré en la cueva. Cuanto más avanzaba más luz había, me extrañó porque, siendo un sábado a las 5:45 h de la mañana, aún ni ha amanecido.
Aparecí en un prado con una preciosa laguna con bonitas florecitas, básicamente muy parecido al jardín de cualquier princesa de cuento de hadas.
–¡Es precioso! Ojalá pudiera vivir aquí –pensé. Miré hacia atrás–, ¡anda, si mi padre ha cogido otro camino!
–¡GRUUAAAAARRRR¡ –oí que salía de la zona más escondida en la vegetación, me pegué tal susto que hubiera podido tocar las estrellas si estuvieran en el cielo.
Me tiré al suelo y menos mal, porque ¡un dragón paso volando por encima de mí! Creo que no me vio, pero de repente me di cuenta de que el lugar estaba plagado de dragones: uno salió del agua, otro del bosque, …
Me desmayé de pánico, no sé cuánto tiempo estuve desmayada, pero cuando desperté estaba en una cueva con una especie de nido de lo que me pareció paja. Estaba rodeada de unos huevos de distintos colores, ¡me iban a dar de comer a sus crías, socorro! Casi me desmayo otra vez, pero esta vez no lo hice porque me quedé paralizada, tenía delante mío un dragón negro brillante con unos enormes ojos rojos y una aleta dorsal dorada. El animal me miró de arriba abajo y luego se marchó.
–Qué raro, según las historias de mi abuelo –dije temblando– él decía que los dragones si te veían te comerían. Este dragón me ha traído hasta aquí y no ha mostrado símbolos de agresi…
No pude acabar la frase porque uno de los huevos se había abierto y el dragoncito se estaba subiendo encima de mí. Al instante todos los huevos se empezaron a abrir, yo estaba tan asustada como asombrada. Acabé tirada en el suelo con cinco mini dragoncitos encima, 2 eran verdes con una aleta dorsal dorada y 3 rojos con una aleta dorsal negra. Como me aburría estuve jugando con los bebes dragones. Se me había olvidado por completo que yo había venido al bosque a cazar dragones, no a hacerme su amiga, pero no creo que mi abuelo tuviera razón sobre que los dragones son agresivos.
No sé cuánto tiempo estuve allí pero cuando empezó a oscurecer decidí marcharme. Como si los bebes supieran lo que pensaba me guiaron por un pasillo largo iluminado por unas antorchas, en las paredes había unos dibujos, no sé exactamente qué representaban, pero algo saqué en claro: hace mucho, mucho tiempo una persona encontró un par de huevos de dragón, los cuidó y los crió. Los dragones se hicieron adultos y se marcharon. La persona pensó que no los volvería a ver, pero un día (no se ve bien) se encontró con sus dragones. La familia de la persona protegió a los dragones durante siglos hasta que un día un miembro de mi familia (no entiendo el dibujo) atacó a uno los dragones. Las criaturas se marcharon al interior del bosque. Esa persona dijo a las generaciones siguientes que los dragones eran malvados, así que los cazaron hasta el día de hoy. Al final del todo había una puerta con un grabado más “tarakona” y abajo en español “dragón”, abrí las puertas y una manada de dragones me miraban fijamente. Pensé que se iban a enfadar por haber paseado sin permiso por los pasillos de su cueva.
–Hola, Sheila, soy Abraxas, el jefe de la tribu, eres la primera humana que pisa este lugar en siglos –resonó una voz en mi cabeza – la tribu quiere paz con los humanos, tú has visto lo que pasó. ¡Quédate, por favor!
–Sé que no sois malos, pero si mi familia os ve, no dudará en cazaros a todos. Además, no puedo dejar mi hogar, mis amigos, mi familia, … –dije–, vendré a visitaros, os lo prometo.
–¡Muchas gracias!, si ningún humano hubiera visto esos grabados hubiéramos sido descubiertos y nos hubiéramos extinguidos –dijo la voz de mi cabeza.
–Por cierto, ¿quién eres? –pregunté.
De repente un dragón pasú volando por encima de mí, aterrizó delante. ¡Era el dragón negro que había visto en la cueva!
–¿Cómo volveré a casa? Ha pasado un día y mi padre no estará esperándome en la entrada del bosque.
–Sube a mi lomo y te llevare a casa –dijo.
Subí después de unos cuantos intentos.
Cuando sobrevolé mi casa, vi un montón de coches de policía. Abraxas aterrizó en el parque de detrás, pasé entre la poli y entré (mis padres me acribillaron con un montón de preguntas) y cuando se les paso el susto, volvimos a ir todos los findes de semana al bosque y mientras mi padre busca a los dragones escondidos, yo juego con ellos.