«Soledad», Pío García Rodríguez – 2º Premio en la categoría General
Por Delicias De LetrasHoy se ha quedado un poco más en la cama porque se sentía más mareada que otros
días. Cuando se incorpora lo hace lentamente y se queda un rato sentada hasta que
siente que se le pasan esos vértigos que de un tiempo a esta parte nota cada vez más
frecuentemente.
Ha decidido no salir a la calle por la mañana. Se apañará con cualquier cosa para comer,
una lata de sardinas y, quizás, algo de fruta que todavía tiene en el frigorífico. Si se
encuentra con fuerzas limpiará un poco. Desde hace algún tiempo no tiene ganas de
hacer nada de lo que antes disfrutaba: leer, ver la tele, salir a la compra y hablar con
alguna vecina que se encontrase, bajar al parque de La Paz para entretenerse viendo
jugar a los niños o abrir esa cajita tan especial llena de papeles escritos a mano y
dedicados a ella.
Hoy hace siete años que se murió Paco. Siete años en los que cada vez nota más ese
vacío que su pérdida dejó en ella. Siete años de soledad en su casa. Estuvieron casados
cuarenta y seis años pero un maldito cáncer se lo había llevado con setenta y tres años.
¡Qué joven te moriste Paco!
Sentada en el sillón del salón, aquel que compró Paco para ver los partidos de fútbol,
cuando todavía se podía ver el fútbol sin pagar, cierra los ojos y piensa en aquellos
lejanos días en los que ya casados se vinieron del pueblo. Paco había entrado en los
talleres de Renfe y había dado la entrada para un piso en la calle Arca Real. Viviendo
aquí, había dicho, tardaré muy poco en ir y volver del trabajo. Podré hacerlo andando y
nos ahorraremos el dinero del autobús. Además no tendré que madrugar tanto. ¡Cómo te
gustaba dormir y qué bien dormías!
Ella se había adaptado bien al barrio. Cuando llegaron había muchos matrimonios
jóvenes como ellos y se veían muchos niños por las calles. Después estos niños fueron
creciendo y cuando conseguían trabajo se iban a vivir a otros barrios de la ciudad o a
otras ciudades. El barrio envejeció pero desde hace unos cuantos años vuelve a haber un
montón de niños en las calles y en los parques y a ella le gusta bajar a verlos jugar.
Aunque no entiende el idioma de muchos de ellos, observa sus gestos de alegría o de
enfado y trata de imaginarse lo que se pueden estar diciendo.
Tenía clavada la espina de no haber podido tener hijos. A Paco y a ella les hubiera
gustado mucho tener al menos la parejita, pero no había podido ser. Pasaron momentos
de mucho sufrimiento hasta que consiguieron aceptarlo. Esto les unió más y volcaron con
mayor intensidad su afectividad el uno en el otro. En su día a día no habían faltado los
besos, las caricias, los abrazos,…pero no todo había sido un “cuento de hadas”, pensaba,
que Paco tenía su carácter y ella el suyo.
Desde que se la declaró, hacía ya muchos años, él la había llamado siempre Mi Sol
porque “has puesto música en mi vida y la has iluminado como el sol ilumina los campos”.
Paco había sido medio poeta y muy romántico y, de vez en cuando, la sorprendía con
alguna poesía que ella tenía guardadas en una cajita y releía cuando le daban esos
bajones y sentía la losa de la soledad sobre sí. Ahora era uno de esos momentos pero
hoy no tenía ganas ni de eso.
El sonido de una sirena, no sabía si de la policía, de los bomberos o de una ambulancia,
porque nunca había conseguido distinguirlas, la sobresaltó y abrió los ojos. Miró el reloj y
vio que eran más de las cuatro y media. Se había quedado dormida un buen rato. Al final
ni había comido ni había limpiado. Ya comería algo más tarde, ahora no tenía ganas.
Se preparó para salir a la calle. Iría un rato al parque. Tenía que evitar que las paredes de
su casa se le siguieran “cayendo” encima. Cogió su andador para ir más segura y poder
sentarse si le daba algún mareo y abrió la puerta. En ese momento subía por la escalera
Fatima, una joven marroquí que había venido, junto con su marido y sus dos hijos
pequeños, a vivir al piso que estaba al lado del suyo hacía poco más de un año.
-Buenas tardes, Fátima -le dijo.
-Buenas tardes, Soledad.