-¡Jo, qué asco, mamá!
-¿Qué pasa, Dani? Por tu tono y tu cara creo que el partido no ha sido muy bueno.
-¿Muy bueno? ¡Horroroso! Hemos perdido 2 – 3. En el último minuto nos pitan un penalti a favor y lo tira el pelele de Emilio, ¿por qué le haríamos caso? Si lo hubiese tirado yo…
-Bueno, hijo, no es tan grave –dijo su madre.
-Sí que lo es, mamá, porque hemos quedado fuera de campeonato.
-Otro año será.
Dani es un chaval de catorce años que vive en el barrio de las Delicias de Valladolid. Tiene dos hermanos mayores, Víctor y Santi. Su padre trabaja en Michelín y su madre es ama de casa. Durante unos días él pensará que es el más desgraciado en este mundo, pero el tiempo le quitará la razón y él mismo reconocerá que es privilegiado.
-¡Dani, pon la mesa!– grito su padre.
-Dani, pon la mesa, Dani, seca los platos, recoge tu cuarto… ¡ya estoy cansado!
Después de comer, Dani se fue a su habitación muy enfadado. No entendía por qué sus hermanos colaboraban menos. Se puso el mp4 y miró por la ventana. Sin saber por qué, dirigió su mirada al contenedor de la basura que hay enfrente de su casa, en la calle Andalucía. Allí estaba un anciano de aspecto abatido, enfermizo, con el pelo demasiado largo para su edad, sucio y grasiento; las manos llenas de mugre, con los dedos deformados, posiblemente por la artrosis, y las uñas largas y negras de tanto buscar y rebuscar desperdicios de los demás. Llevaba unos pantalones de pana oscuros, quizá en su día habían sido claros, una camisa de cuadros, con los puños rebosantes de suciedad y una chaqueta parda sin botones. La gorra impedía que se le viesen los ojos, que después comprobó que, que en su día, cuando era joven, debieron de ser bonitos, pero ahora estaban cubierto de una telilla que le dificultaba la visión. Junto a él se encontraba un perro, con los pelos de alambre y las orejas tiesas, esperando que su dueño le obsequiase con algún manjar.
-¡Pobre hombre! Está solo en este mundo. Bueno, por lo menos él tiene a su perro, y yo
ni eso. A mí me encantan los perros; pero mamá dice que en un piso no se pueden tener. Pero, claro, Víctor sí pudo tener tortugas y periquitos, y Santi esos asquerosos hámsteres. ¡Jo! Cómo me gustaría tener otra familia, o vivir solo, así sería libre para hacer lo que me diese la gana.
Al día siguiente Dani vino muy disgustado del instituto, Dani cursaba 2º de la ESO en el instituto Ramón y Cajal, porque la chica que le gustaba había elegido a Mario, un amigo suyo, para hacer el trabajo de tecnología.
-¿Qué te pasa hermanito? Te veo cabreado –dijo Santi.
-¡Nada! Que me ha tocado hacer el trabajo de tecnología con el más tonto de clase.
-¿Y por qué no te has puesto con algún amigo tuyo?
-Ellos han preferido hacerlo con las pijas de mi clase.
-¡Ah! Ya sé cuál es tu problema; que las chicas pasan de ti. No me extraña, con esa pinta… ¿Has pensado en echarte colonia y no ser tan burro?
Dani se dirigió a su habitación y dio un portazo. Como el día anterior, se asomó a la ventana de la terraza. Allí estaba de nuevo aquel hombre. Desde su ventana observó que hoy tampoco se había afeitado.
Día tras día estuvo observando que, después de comer, él estaba buscando en los contenedores de basura. Al principio le daba asco e incluso envidia y no sé por qué de la noche a la mañana cambió de opinión. Una noche se despertó un poco asustado; acababa de tener un sueño. En el sueño vivía solo sin su familia y era mendigo como aquel hombre.
¡Uf! Menos mal que todo ha sido un sueño. Creo que no vivo tan mal como pienso, en cambio ese hombre…
Era el mes de diciembre y Dani esperaba con ansiedad que llegasen las vacaciones de Navidad.
-Me pediré un juego para la PSP, unas botas de fútbol, la camiseta de Asenjo…
De pronto se sintió mal. Él pensando en los regalos de Navidad, mientras aquel hombre no tendría ni cena. Comenzó a reflexionar en la cantidad de comida que desperdiciaban en casa.
-Mamá, ¿otra vez coliflor con patatas? –preguntó Víctor.
-Han sobrado, no pensarás que lo iba a tirar.
-Pero sabes que no nos gusta –contestó Víctor.
-Deja de protestar. ¿No te has parado a pensar en toda la comida que tiramos a lo largo del día mientras otros no pueden ni siquiera llevarse un trozo de pan a la boca? –dijo Dani.
-Y… ¿a ti qué mosca te ha picado? Hablas igual que el cura del pueblo –contestó Víctor.
Dani contó a su familia lo que había visto desde su ventana, y todos los sentimientos y pensamientos que le venían a la cabeza a raíz de ello.
-Hijo, esto que nos cuentas es muy triste y conmovedor, pero, ¿qué podemos hacer nosotros? –dijo el padre.
-Podrías bajar una bolsa con comida cada día poco antes de que ese anciano llegue. También había pensado dejarle algo de ropa.
-Qué corazón tan grande tienes hijo mío, es una gran idea-dijo la madre.
El sábado por la mañana, Dani contemplaba con impaciencia desde la ventana de su confortable y cálida casa la llegada del anciano. Estaba un poco temeroso de que no viese la bolsa o alguien la cogiera antes. Al llegar al contenedor, el anciano se quedó mirando la bolsa y, después de dudar un rato la abrió. Su rostro quedó iluminado por una expresión de alegría. Al repetirse un día tras otro la misma situación, él miraba ansiosamente hacia los lados para ver si veía a alguien; hasta que un día levantó la vista y vio la cara de Dani tras los cristales. En ese momento Dani se retiró, pero los días posteriores el anciano llegaba, cogía su bolsa, alzaba la vista con agradecimiento y en su rostro se dibujaba una media sonrisa entre tristeza, alegría y dolor.
Llegaron las vacaciones de Navidad y Dani decidió que tenía que saber dónde vivía.
-Dani, ¿dónde vas con el frío que hace? ¡Casi está helando!
-A dar una vuelta, mamá. Volveré pronto.
Dani bajó a la calle y esperó su llegada escondido en el hueco de un portal situado a unos 50 m. del contenedor. El anciano se extrañó al no verle, cogió la bolsa y se dirigió calle abajo.
-Lo seguiré a una distancia prudente para que no me vea.
Llegaron hasta casi el principio del Paseo Juan Carlos I, cerca del centro hospitalario Benito Menni. El anciano, junto con su fiel perro, entró en una humilde, pero cálida ‘‘choza’’. Dani esperó unos minutos y al poco tiempo vio como el anciano abría la puerta. Se había cambiado de ropa, sencilla, humilde, pero limpia. Dejó la puerta abierta, el perro salió a la calle y con las orejas tiesas, olfateaba mirando hacia donde Dani estaba escondido.
-Por favor, que no me vea –pensó Dani, casi dejando de respirar para no ser descubierto.
De pronto, el anciano apareció empujando una silla de ruedas en la que iba una anciana, seguramente una mujer.
-Mira, Félix, que me tienes preocupada con lo de la comida. ¿Seguro que no la robas?
-Que no, mujer, que no. Ya te he dicho que un niño la deja todos los días, pero hoy no le he visto. ¿Estará enfermo?
Dani se emocionó mucho al ver que se preocupaba por él, teniendo ellos tantas preocupaciones. Regresó a casa con el corazón encogido y las lágrimas en los ojos.
-Dani, ¿eres tú?
-Sí, mamá, soy yo.
-Me tenías preocupada. Dijiste que volverías pronto y han pasado ya tres horas.
Dani se entristeció de nuevo al oír las palabras de su madre. Ella estaba preocupada por él y no era la única que lo hacía, sin embargo, de Félix y su mujer, solo se preocupa Dani.
Pasaron los días: Dani bajaba la bolsa a Félix, este la recogía, y los dos, el perro y él, le miraban agradecidos. Pero una tarde sus ojos solamente se cruzaron con la mirada del fiel perro, que se echó junto a las bolsas y aullaba con pena.
-Mamá, tengo que bajar enseguida.
-Pero… ¿por qué Dani?
-Ya te lo explicaré cuando vuelva –dijo el chico mientras cogía su abrigo y sus guantes.
Acompañando al perro, llegó hasta la casa de Félix. Había gente en la puerta, entre ellos el párroco de su iglesia, comentando que la mujer de Félix había fallecido hacía unos 10 días y que él había aparecido muerto esta mañana.
-Pobrecillos, la mujer murió y él la quería tanto que se fue con ella. Cogeré el perro y me iré a casa. He dejado a mamá preocupada –dijo Dani, llorando y abrazando al perro.
-Pero, Dani, ¿qué te pasa?, ¿por qué vienes llorando? –dijo el padre acercándose para abrazarle.
Dani le conto lo ocurrido y, tras tranquilizarse, dio un buen baño al perro y propuso en casa quedarse con él. Le costó convencer a su madre, pero, debido a esta circunstancia, la madre aceptó.
Ahora cada mañana, Turbo, el fiel e inseparable amigo de Félix, despierta a Dani alegremente y le acompaña a dejar una bolsa al contenedor. Los dos ven cómo otro anciano, acompañado de otro perro, repite la misma operación que su buen amigo llevaba a cabo con Félix. Ojalá no fuésemos tan ciegos y mirásemos por la ventana como Dani un día hizo.