No tenemos la costumbre de pasear por el Parque de la Paz, transitamos por
otros lugares; pero ayer sí, nuestros pasos distraídos nos llevaron a nuestro bullicioso
parque. A esa misma hora tendríamos que haber estado en un espectáculo de la gala del
festival “Valladolid mágico”, al que tanto nos gusta asistir. Íbamos acompañados de una
decepción, la producida por la suspensión del espectáculo de magia y también de una
inquietud, la causada por una charla sobre la “Paz dañada” que el día anterior habíamos
escuchado en el barrio.
Acaso la compañía de este recuerdo nos llevó hacia la estatua de Gandhi que,
muy acertadamente, ocupa un lugar central en el parque. Estábamos hablando sobre
estas cosas cuando unos niños, que jugaban, tropezaron con nosotros. Sólo fue una
pequeña acometida que trastabilló, momentáneamente, nuestro pacífico paseo; pero,
inmediatamente, la mamá de los niños se nos acercó pidiendo disculpas por este
pequeño percance, al tiempo que amonestaba a los pequeños sobre su comportamiento
y el cuidado que deben tener hacia las personas mayores. A pesar de las dificultades que
esta mujer tenía para hablar español, la conversación se prolongó, hablamos de los
niños, sus estudios, sus juegos …
Después de finalizar nuestro paseo, regresamos a casa, queríamos descansar un
poco y preparar la cena. Y ¡vaya! nos faltaba el pan, imprescindible en nuestras comidas.
Bajé al supermercado, que aún estaba abierto, y de nuevo me encontré con aquella
mamá a la que conocí por la tarde, también ella había olvidado el pan que consideraba
necesario para la cena. Al vernos de nuevo, llegamos a presentarnos con un poco más
de detenimiento, nuestros nombres, el lugar donde vivíamos…, ¡éramos vecinos! Su casa
estaba en el portal de al lado.
Regresé a casa, al entrar escuché una música muy familiar, mi mujer saboreaba
una canción original de Chico Buarque, versionada por Nacha Guevara, “Construcción”
se titulaba. Será cosa de la edad; pero nos gusta volver a las viejas canciones que en
nuestra juventud escuchábamos y cantábamos con los amigos, esas que nos hacían
sentir y soñar.
Este poema musicalizado siempre me ha parecido una composición mágica.
Posiblemente nada ha cambiado demasiado en la cotidianeidad del día de un obrero;
pero al reelaborar su vida “ladrillo con ladrillo en un diseño mágico”, creo que Chico
Buarque hace un ejercicio de magia que, paradójicamente, desvela la extraordinaria
verdad de lo cotidiano. Y ¡abracadabra! enfrascado en estos pensamientos aparece
alguien, algo nuevo en mi cabeza, “ladrillo con ladrillo en un diseño lúcido” se va
perfilando en mi mente una nueva construcción con un rostro, un nombre, un lugar, unas
palabras, unas sensaciones, unos sentimientos.…
Retorna a mi memoria la imagen del rostro de la mujer con la que me encontré,
un rostro que ahora dejar ver a una persona, más allá de un modo de vestir que ya no
me llama la atención; pero que sostiene mis prejuicios. Recuerdo su nombre que no
entiendo; pero que, bien seguro, manifiesta una identidad personal y cultural que
desconozco. Renacen unos sentimientos que me hablan de encuentro, acogida y diálogo; pero que no encuentran mucho reposo en mi experiencia vital. Resuena en mis adentros una llamada para aprender, ¡qué poco sé de esta mujer, de tantas personas! de las que algunos dicen, con una maledicencia que yo no cuestiono: “han venido a invadir nuestras calles y plazas, a aprovecharse de nuestro trabajo y esfuerzo”. Esta noche de insomnio escribo sobre lo que he vivido: el tropezón con los niños, el encuentro con su madre, la compra en el supermercado, la canción. Sin salir del barrio he podido disfrutar de la magia, otra diferente a la que me perdí en el teatro. No sé lo que pasará mañana, si esta experiencia se sostendrá en mi historia cotidiana. Y es que ¡tantas veces la magia es sólo un espectáculo! Entretenido en el distracción de la magia global, ajena a nuestro barrio, miro y veo mal, el rostro del otro diferente se me diluye en una imagen virtual, y ya no es rostro ni responde a un nombre.