13 de julio de 2023

«Espuelas y charreteras» – José María García Domínguez

Por Delicias De Letras

Las primeras luces del alba arrancan dorados destellos de las charreteras sobre tus
hombros y las espuelas de tus botas granaderas. A pesar de recibir la noticia, a hora
temprana (las cinco de la mañana), de que se había producido un amotinamiento de casi
un centenar de personas en la Casa de Correos, en plena Puerta del Sol, te tomas el tiempo
preciso para hacer algo que consideras importante, y que no delegas en ninguno de tus
ayudantes: el cuidado de tu uniforme. El uniforme de Capitán General de Castilla La
Mancha; cargo del que acabas de tomar posesión hace escasamente dos días, tras una
fulgurante carrera militar que iniciaste con quince años al ingresar en las guardias valonas,
un cuerpo de infantería comandado por oficiales francófonos. Esto te vino muy bien debido
a tu origen francés.
De artillería pasaste a caballería, en la que serviste con honores durante la guerra
contra Napoleón. Así que, siendo teniente coronel con tan sólo veinticuatro años, fuiste
nombrado jefe del Estado Mayor del ejército del general O’Donell, luego coronel, caballero
de la Orden de San Fernando y brigadier, con una división a tu cargo de tres mil hombres
destinada a reforzar el ejército imperial de Perú. Luego fuiste general en jefe del ejército
del norte, teniente general y, finalmente, comandante general del Campo de Gibraltar.
Tus superiores te aprecian por tu inteligencia y valor; y ensalzan tus dotes de
organizador y estratega así como tus buenas maneras. Tu tropa te sigue de manera
incondicional, y no olvida tus desvelos a la hora de conseguirle mejoras con que aliviar sus
penurias: de ropa, comida, paga y armas. Cuentas con el aprecio incluso de los adversarios.
Reverberan en tu mente las palabras que te dedicó Bolivar como respuesta a una misiva
que le enviaste tras la derrota en Ayacucho: “La conducta de ustedes en el Perú como
militares merece el aplauso de los mismos contrarios. Es una especie de prodigio lo que
ustedes han conseguido en este país. Ustedes solos han retardado la emancipación del
Nuevo Mundo, dictada por la naturaleza y por los destinos”.
No obstante, asumes que tu imagen se ha visto muy dañada tras las capitulaciones de
Ayacucho, que firmaste de tu puño y letra y que supusieron la independencia definitiva del
Perú. En España siempre serás considerado como un perdedor. Tu imagen se asociará
eternamente a la decepción y a la derrota. Siempre serás un “Ayacucho”, el autor de la
vergonzosa retirada después de tres siglos de dominio imperial español en el Perú. Dudas
incluso de que tu nombre se perpetúe en la historia, no obstante tu papel en la misma.

Aunque, bien pensado, lo contrario sucederá en los territorios de ultramar, donde se
enfocará la historia de la independencia con base a escritos patrióticos y privilegiando la
afirmación nacional que -de forma irremediable- denostará al perdedor, al que con total
seguridad se tachará de represor encarnizado.
En Europa, centenares de millares de hombres fijan en una acción el devenir de una
campaña. En América, por el contrario, el reducido número de cinco o seis mil
combatientes -entre ambas partes- deciden la suerte de un imperio. A pesar de las
apariencias, resulta más complicado administrar este tipo de contiendas. Las deserciones
ejercen una influencia vital sobre el resultado final, los prisioneros se ven integrados a la
fuerza y requieren una vigilancia constante, estás siempre rodeado de puñales que agitan
manos invisibles, revoluciones promovidas por jefes y oficiales que parecían de confianza,
la tropa que teje y remienda su propio vestuario, un alimento que -a pesar de ser parcoha
de ser buscado a grandes distancias, gran parte de los soldados hablan quechua
(incomprensible para ti), los refuerzos esperados no llegan a causa de la guerra interna en
España. El restablecimiento del absolutismo fernandino tras el trienio liberal tiene
repercusiones decisivas en el Alto Perú. Y así, el general Olañeta, recién incorporado,
desconoce la autoridad del Virrey español La Serna a quien censura como liberal. Ello
debilita al ejército imperial, al situarlo ante dos frentes: de un lado los patriotas partidarios
del independentismo; del otro las tropas rebeldes de Olañeta.
Como era de esperar, tras tu regreso a la patria da comienzo una época de cierto
ostracismo. No recibes destino militar a tu medida hasta que eres nombrado comandante
general de Gibraltar. Se trata de ocho años que, sin embargo, recuerdas como
enormemente felices, acuartelado en Valladolid disfrutando de tu familia. Tu boda con la
hija del intendente general de esta ciudad, Manuela Domínguez, con quien tienes cinco
hijos, supuso cierta inyección económica que te permitió poder comprar, al prior y
depositario del convento de San Pablo, una finca de más de noventa hectáreas, en donde
edificaste tu hogar.
Tu situación económica siempre había sido precaria al serlo la de tu familia, por ser
tu padre un militar francés contrarrevolucionario. Ello le llevó a militar en el ejército
imperial español y enfrentarse a Napoleón en la guerra del Rosellón, que confrontó a una
coalición hispano-lusa contra la primera república francesa. El ser contrario tu padre al
régimen entonces imperante en Francia os supuso tener que emigrar, siendo todos vuestros

bienes requisados y vendidos en pública subasta. Entre los cientos de libros que albergaba
la biblioteca paterna figuraban treinta y nueve volúmenes de la “Enciclopedia” así como
colecciones de un diario titulado “L’ami du roy (el amigo del Rey)”.
En esencia tu padre, al igual que sucede contigo, no era del todo contrario a las ideas
liberales propagadas por la revolución francesa, pero le disgustaba sobremanera el modo –
basado en el terror- cómo se implantaron en su país. Por eso se exilió, llegando a combatir
(como asimismo te sucedió a ti) a las tropas del país que le vio nacer. Una especie de
traición que no todo el mundo comprende. Pero tú, al igual que él, eres un buen militar
capaz de darlo todo por el bando al que sirves. Tu ideal es que todo el mundo hiciera lo
mismo: colaborar al máximo con la opción política imperante, aunque no sea de su agrado,
para tener luego la fuerza moral con la que exigir idéntico comportamiento a los contrarios
cuando cambien las tornas.
Y aquí te hallas, frente a la Casa de Correos, sobre tu montura, con la sola compañía
de dos de tus ayudantes, desarmados, intentando negociar con el teniente Cayetano
Cardero, del regimiento de Aragón, para que deponga sus armas y así sofocar la sublevación
liberal que demanda el restablecimiento de la Constitución de Cádiz de 1812. Estás
convencido de que tu mera presencia bastará para sofocar la revuelta. Tal es tu confianza
en ti mismo y en el respeto que inspiras a la tropa.
Antes de proceder a desarmar a los cabecillas tu mente viaja a tu casa de Valladolid,

tu hogar…

José César Canterac d’Andiran d’Ornèzan, nacido el 29 de julio de 1786 en
Casteljaloux, suroeste de Francia, ¿cómo se te ocurrió lanzar tu grito de guerra en situación
tan comprometida?…
Te dejamos, cual Quijote, haciendo llamar a Cardero, al que reprendes agriamente e
instas a deponer las armas. Ante su negativa le quitas el sable y comienzas a golpearle con
él. A la vez, incitas a los subordinados para que den muerte a sus jefes cabecillas y se
rindan. La tropa te respeta pero no sabe muy bien qué hacer. Su respuesta se demora. Es
entonces cuando lanzas al aire ¡dos vivas al Rey!…
¿Rey? ¿Qué rey? Pero si en España reinaba a la sazón María Cristina de Borbón-Dos
Sicilias, esposa que fue de Fernando VII y regente, tras su muerte, durante la minoría de

edad de Isabel II. Por aquellos días la guerra carlista iba tomando cuerpo y se sucedían los
conspiradores de todo signo… ¿Iban acaso dirigidos tus “dos vivas al Rey” a Carlos María
Isidro de Borbón, que afirmaba ser el legítimo heredero al trono? Proclama inoportuna la
tuya tanto para liberales como para isabelinos. Así las cosas recibiste un disparo que te
hizo caer herido de muerte. Los sediciosos te metieron, ya moribundo, en la Casa de
Correos.
Por lo menos estabas en lo cierto respecto a que el disparo asesino no podía proceder
de arma portada por ningún militar. Oculto entre el tumulto, un miliciano armado fue el
causante de la fatal detonación.
Tu viuda recibió el título de condesa de Canterac de manos de la reina Isabel II, que
luego pasó a tu único hijo varón.
Respecto a tu prevalencia en la historia también tenías razón; a día de hoy, sigues
siendo odiado en Hispanoamérica y nadie en España se acuerda de ti, a excepción de los
vallisoletanos. Tu viuda vendió la finca a los condes de La Oliva y marqueses de
Sieteiglesias. Posteriormente estos edificaron en la finca un palacio precioso, conocido
como “castillo de Canterac”, con arco ojival de entrada, verjas de hierro forjado y dos
torretas almenadas a ambos lados. Te hubiera gustado más que el tuyo. Pero no penes; fue
derribado en 1943. Tras varias vicisitudes, la finca pasó a manos del Ayuntamiento de
Valladolid y en ella, en la actualidad, se ubican los servicios dotacionales del Barrio de las
Delicias (parque de Canterac, algunos centros educativos, centro de personas mayores,
ambulatorio, bomberos, policía municipal, espacios deportivos y el teatro Canterac).
Hoy es diez de julio del año 2023. Ha transcurrido tiempo, desde luego. El próximo
veintitrés habrá elecciones generales. Tu ideal sigue sin cumplirse a tenor de lo que se
percibe en las campañas electorales. Antaño eran las disputas encarnizadas entre realistas
y liberales, entre isabelinos y carlistas. Todos arrimando permanentemente la ascua a su
sardina, sin pensar en el bien común; siempre anteponiendo los intereses particulares a los
patrios. El asunto no ha cambiado en absoluto. Hoy impera un régimen democrático
heredero de la Constitución de Cádiz; pero los partidos políticos (así se llaman hoy en día
las diferentes facciones) siguen dedicándole demasiado tiempo y esfuerzo a ponerle
zancadillas al rival en detrimento del consenso y la acción colectiva. Seguimos echando en
falta héroes como tú, capaces de servir a una causa con toda su alma, aunque no se trate
de la suya.