Gavillas de paja
16 de enero de 2021

«La paja del centeno». Helio del Pozo

Por Delicias De Letras

Cuando yo era niña, anduve un día de cabeza porque el centeno no crecía. Yo solo le conocía de oír hablar de él a mi padre.

Él siempre decía que tenía una paja muy larga y buena para cierto uso, y con ella una buena espiga. El centeno es primo del trigo, comentaba, y también se relaciona con la cebada. Decía que con el grano de centeno se hace un buen pan para que el cuerpo funcionara bien. La paja, al ser tan larga, la empleaban en ciertas comunidades para la cubierta de algunos tejados de madera. Yo no la quería para eso.

Un día cuando se levantó, me dijo si yo quería acompañarle a ver si había nacido el centeno que tenía sembrado en unas tierras bastante alejadas del pueblo. Yo que tantas ganas tenía de que creciera mucho (porque tenía en mi cabeza una idea para utilizar su paja) le acompañé muy contenta. Caminamos y caminamos sin parar. Yo con la bicicleta que me habían traído los Reyes hacía unos años y la quería tanto como si fuera la bicicleta más valiosa del mundo. Mi padre iba en los lomos de su Cordobés, que así se llamaba uno de los mulos que le ayudaban en las tareas del campo.

Todo el campo estaba blanco de la helada y escarcha que había caído aquella noche de luna llena para recordarnos que era invierno. Mi padre se lamentaba diciendo al centeno: ¡mala noche has pasado si tienes la cabeza afuera!

Claro, eran vísperas de Navidad, los campos estaban preciosos, las hierbas altas y los pocos árboles que allí había parecían estatuas de marfil de la gran cencellada que tenían encima. Yo no quería decir a mi padre lo bonito que era aquel impresionante paisaje. Sabía que él lo iba pasando mal, le inquietaba ver esa helada.

A él, ya le había avisado un vecino. Por qué tiene que ser así, dijo mi padre un poco cabreado siempre mirando al cielo a ver cómo se porta. Tuvimos suerte, el centeno no había nacido todavía debido a la sequía otoñal.

Recuerdo que una vez que estuvimos por tierras de Asturias, yo por entonces tendría unos nueve años, veía esas casitas redondas cubiertas con ciertas pajas que me llamaba la atención y tiraba de ellas y no se rompían. Me preguntaba si en esas casas podía entrar la luz del sol.

Encaje de bolillos

Esa primavera fue estupenda, comenzó a llover. Llovía todas las noches y durante el día nos ac ompañaba un sol radiante. Esta forma de energía hacía que el centeno que mi padre había sembrado creciera y se desarrollara con una altura espectacular, como yo quería. Yo necesitaba su paja para poder formar con ella una gran almohadilla para hacer puntillas de bolillos.

Esa fue la primera parte. A partir de entonces pasaron cosas raras o me pareció a mí. Tuve que esperar muchos meses para poder realizar aquel sueño de hacer mi almohadilla o bolillero y poder con mis manos hacer bailar los bolillos en ella. Eso fue hace mucho tiempo, claro, pero lo recuerdo como el principio de mi vida.

Helio

Diciembre 2020