12 de junio de 2020

Segunda vida

Por Delicias De Letras

por jmfr

Otras manos lo cogieron y se sintió violentado. El aire de la sala no era igual que siempre, podía sentir la humedad penetrando en su interior, y la temperatura de repente más alta que apergaminaba su superficie. La indiferencia marcaba las acciones con que resultaba manipulado, junto a varios cientos de sus compañeros. Se sintió atravesar el espacio hasta caer con un ruido sordo sobre cartón, tras lo cual fue alineado forzosamente contra la pared del mismo material mientras sentía un peso que se incrementaba a medida que otros eran apilados sobre él.

La oscuridad no lo molestó cuando el ruido de la cinta adhesiva clausuró la caja, y tampoco le impidió percibir el curso posterior de acontecimientos: sintió que era izado del suelo y transportado sin demasiado esfuerzo durante un corto trecho; las imprecaciones ante el ascensor; el traqueteo al bajar los escalones; una parada no demasiada larga durante la cual permaneció en el suelo, con la particularidad de que ahora él estaba en la cumbre de la pila de compañeros dentro de la caja; otro trecho más corto; apertura de una puerta; el ser arrojado y el golpe contra una superficie horizontal. Tras esto, la espera, interrumpida ocasionalmente por otras aperturas de la misma puerta y los golpes espaciados al ser arrojadas otras cajas encima y a su alrededor. Finalmente, el transporte, lleno de aceleraciones, paradas, vaivenes y multitud de sonidos que no escuchaba desde hacía muchos años, junto a otros que no lograba reconocer.

Recordaba su primer viaje, muy parecido a este, pero entonces los olores habían sido muy diferentes, los colores más vivos, el número de compañeros increíblemente alto y la forma de todos ellos mucho más uniforme. No lo añoraba. Sobre todo desde que sus manos lo tocaron por primera vez. No habían sido las primeras, y no podía negar el cariño ni el cuidado que le habían prodigado algunas de las precedentes. Había pasado en la estantería un tiempo que no sabía medir, y diferentes tactos habían recorrido sus cubiertas y sus páginas. Sin embargo, en cuanto aquellas manos acariciaron su lomo, estalló un sentimiento compartido de inminencia que había marcado su posterior relación. Cada hora juntas había significado plenitud; cada minuto en el estante, añoranza.

Comprendió que aquello había acabado. Que ellas ya nunca volverían a hacerle vibrar de pura suavidad y que él no volvería a abrirse de aquella manera tan absolutamente integral para nadie.

Las manos que hoy lo habían cogido no le eran completamente desconocidas, sin embargo; alguna vez habían intentado, con indolencia o con forzada voluntad, un vínculo que para ambos había resultado imposible, provocando una experiencia insatisfactoria con un poso de fracaso. Hacía mucho tiempo de aquello. Mucho tiempo que su relación era de monogamia.

No obstante, en las últimas ocasiones había percibido cambios. No en la ternura, ni en la suavidad, tampoco en la pasión meticulosa con que se comunicaban. Pero los temblores nacían de otras causas, y podía sentir la frustración acumulada que se encumbraba por momentos a la crispación. No se engañaban, sabían que esto sucedería tarde o temprano.

El sonido de una puerta al cerrarse le devolvió a la realidad; ni siquiera se había dado cuenta de que se habían detenido. Voces funcionales. De nuevo se sintió elevar y transportar, de nuevo depositar en el suelo, la conformación de acumulaciones. Escuchó, supuso que por última vez, la voz que acompañaba a las manos frustrantes, y luego silencio.

Largo silencio.

Ocasionalmente, pasos que no se detenían, voces completamente desconocidas que no reparaban en él. Sintió que algunas manos tocaban la caja de cuando en cuando, pero ninguna demostró suficiente curiosidad para abrirla y examinar su interior.

Empezó a pensar en su propio final. En el abandono. El olvido. Durante todos aquellos años, los intervalos entre goces conllevaban la certeza del retorno; acomodado en su nicho de siempre, entre otros volúmenes también apreciados, conservaba la seguridad de ser amado. Por primera vez sentía la suprema desprotección; la inutilidad; la pérdida de sentido. Hubiera preferido mil veces la guillotina a este estado de angustia, que incluso la oscuridad contribuía a incrementar.

Una tarde, unos pasos más decididos se aproximaron y se detuvieron frente a la pila de cajas. El peso opresivo se vio aliviado cuando la caja superior fue arrebatada de su lugar y transportada lejos. En poco tiempo le llegó el turno.

Sintió que eran depositados con suavidad y que la cinta era rasgada, dejando entrar la luz de nuevo. Volvía a estar en el fondo. Uno a uno, los libros fueron extraídos con cuidado. Su turno llegó. Dos manos lo tomaron con cierta suavidad. No podía compararse a las experiencias previas, pero después de tanto tiempo, resultaba un alivio. Notaba que era examinado, y con cada segundo que pasaba el tacto de las manos se hacía más sutil.

Escuchó la voces que sin duda hablaban de él.

–Es muy bonito –decía la primera.

Se sintió feliz por el halago.

–Pero está muy fatigado, sin duda su dueño lo usó mucho –adujo una segunda.

Pensó que aquello era una condena, y a pesar de todo sintió que le embargaba el orgullo.

–Seguramente no se pueda vender, habrá pocas personas dispuestas a pagar lo que vale en ese estado –añadió la primera voz, y esta vez también acudió la tristeza.

Si era un final, podía aceptarlo, pero no sin dolor.

–Y sin embargo es un libro magnífico. Qué suerte que podamos hacer un envío tan pronto –intervino de nuevo la segunda voz, cuyas manos lo tomaron y lo acariciaron–, pues sin duda este libro es ideal para la biblioteca que vamos a contribuir a fundar en República Dominicana.

La esperanza que no sabía que necesitaba lo asaltó de repente, dejándolo indefenso, hasta el punto de que por momentos no se atrevía a aceptar su dicha.

–Es una pena que no nos lo podamos quedar aquí, pero allí va a ser más útil, tienes razón; me parece que van a disfrutar mucho con su lectura –concluyó de nuevo la primera voz.

Y yo también voy a disfrutar, se prometió el libro mientras las voluntarias de Azacán lo colocaban en su caja y lo colocaban junto a otros varios miles que pronto atravesarían el océano para conocer otros tactos y otras curiosidades.